A pesar del execrable atentado en contra de Fernando Londoño y del secuestro del periodista Romeo Langlois -sucesos que amenazaron producir una radicalización política como la que padecimos hace un lustro-, las tímidas y cada vez más numerosas voces que proponen darle un chance a la paz no han sido totalmente acalladas.

Si bien algunos políticos y sectores de los extremos han querido instrumentalizar estos acontecimientos de acuerdo con intereses mezquinos fácilmente identificables, soplan vientos que invitan posar nuestra atención sobre debates más constructivos: muestra de ello es la reciente carta abierta del ELN, fechada el pasado 28 de mayo.

Grosso modo, en su misiva el ELN reitera su ya conocida propuesta de salida al conflicto en lo que  llaman la convocatoria de la Convención Nacional y recuerdan los guiños que han venido dando para aclimatar unos eventuales acercamientos con el gobierno. Tal como fue, en su momento, la propuesta de una tregua bilateral del fuego y las hostilidades. En todo caso, hasta allí, no se encuentra nada inesperado en su comunicación.

Lo que sí constituye un tema novedoso en la carta de este grupo insurgente es su alusión a los intereses económicos que sirven de gasolina al conflicto. Dicho escuetamente, a las grandísimas sumas de dinero que mueve la guerra y lo poco interesados que estarían sus beneficiarios por una salida a esta prolongada y dolorosa confrontación interna.

Pese a que en su carta únicamente se refieren a los beneficios que extraen “los agenciadores de la guerra” (léase, los militares), algo de razón tiene el ELN al mencionar este tema. El profesor Medófilo Medina, por ejemplo, cuenta entre los principales favorecidos con el conflicto a algunos grandes empresarios beneficiados con los despojos de tierras (con negocios de teca o de palma aceitera); a algunas multinacionales (como la Drummond o Chiquita Brands); y a las nuevas élites políticas que han venido surgiendo y consolidándose durante los últimos años (vía narcopolítica y parapolítica). En suma, tal como Medina sentencia, “no parece descabellado pensar que en la escala sistémica y en el acumulado histórico de la política colombiana se reproducen factores que alimentan la perpetuación del conflicto interno”.

No obstante este oscuro panorama, y tal como reza en la carta abierta del ELN, la paz en Colombia la construye quienes padecen la guerra: las guerrillas, los militares amigos de la concordia y, más importante, las personas de a pie. La paz, además de ser un derecho constitucional, es un deber moral de cada colombiano y por ello, lo único que pedimos es que se le dé una oportunidad.

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