Tras semanas de especulación, de dimes y diretes sobre la realización de unos supuestos contactos exploratorios entre las Farc y emisarios del gobierno Santos en Cuba, los temas de la paz y la posibilidad de una salida política al conflicto vuelven  a estar a la orden del día.

De ser ciertos estos rumores -y todo apunta a que así sea- hay una serie de obstáculos, hasta ahora casi de imposible solución, que deben ser sorteados para el inicio y feliz culminación de unos diálogos de paz con la insurgencia:

  • contar con el apoyo popular a la opción negociada;
  • con el de las élites políticas y económicas;
  • obtener el visto bueno y la participación de los militares en dicho proceso;
  • superar la instrumentalización política de los temas de la paz y la seguridad;
  • aclarar cuestiones más operativas de la mesa de negociación como las relacionadas con el cese de hostilidades, el narcotráfico o la concertación de una agenda seria y realizable.

La dimensión de los problemas aquí enumerados parece invalidar cualquier posibilidad de una terminación política del conflicto. Sin embargo, uno de los padres de la sociología moderna, Max Weber, señaló en alguna parte que la experiencia histórica enseña que no se “conseguiría lo posible si en el mundo no se hubiera recurrido a lo imposible, una y otra vez”#. Recurramos, pues, a lo que  hasta ahora ha parecido imposible para hacer que la paz sea una realidad en Colombia.
La conquista del apoyo popular
Uno de los primeros requisitos para iniciar un proceso de paz con los grupos insurgentes es tener el apoyo de la sociedad civil. La paz, en últimas, depende de los ciudadanos, de la existencia de un consenso popular por la paz. Ello significa vencer el llamado ‘síndrome del Caguán’ que explica el rechazo –casi religioso- a las negociaciones de paz.

Así, el primer obstáculo que se debe revertir para iniciar una salida política al conflicto es la indiferencia, el escepticismo o el poco entusiasmo ciudadano por esta alternativa. En efecto, para algunos colombianos nuestra guerra interna es algo así como un lastre inevitable o un rasgo vernáculo con el que, a pesar de todo, hemos aprendido a vivir. Para otros -tal vez los más-, el conflicto y sus funestas consecuencias  sólo tendrían solución con una victoria militar estatal que lleve a los insurgentes a una capitulación sin condiciones; es esta una política de pacificación por medio de la aniquilación del contrario. En cambio son pocos -cada vez aumentan, pero todavía son muy escasos- aquellos que abogan por encontrar la paz de forma civilizada.

Pedir lo imposible, entonces, significa esperar que la sociedad colombiana acoja la lógica de la paz, que adopte como propias las penurias y tragedias de los que mueren y malviven diariamente el conflicto. Las crueldades y la degradación de nuestra guerra subrayan la necesidad de su terminación. La superación del conflicto implica necesariamente una apuesta colectiva por la reconciliación y por sepultar los fantasmas fatales de la venganza (al decir de Medófilo Medina).

Lograr el apoyo de las élites políticas y económicas
Otro de los aliados fundamentales para la iniciación y el éxito de una salida negociada al conflicto lo constituyen las élites políticas y económicas, sobre todo las de la periferia. Muchos estudiosos y analistas coinciden en señalar que políticos regionales, ganaderos, grandes terratenientes y empresarios-los llamados poderes fácticos-  se han beneficiado política y económicamente con la guerra y son enemigos de su culminación. Esa es justamente la talanquera que debemos superar.

Pedir lo imposible, en consecuencia, es esperar o bien que estas élites dejen a un lado intereses mezquinos que obstaculizan la obtención de la tan anhelada paz en Colombia, o que el aparato estatal -con la Constitución y las leyes en la mano- los obligue a hacerlo.

El consentimiento y participación de los Militares
Unos de los protagonistas centrales en los temas de la guerra y la paz en Colombia son –cómo no- los militares. Pasados intentos de paz se han frustrado por no contar con su beneplácito e intervención.
En las actuales circunstancias, no parecería descabellada esta posibilidad. Entre las conjeturas que se manejan sobre los supuestos contactos entre gobierno y guerrilla en Cuba está la participación de oficiales de la República -ya sea en retiro o no-. Así mismo, en recientes declaraciones, el comandante de las Fuerzas Armadas, el General Navas, aseguró tajantemente que “el presidente tiene las llaves de la paz” -y agregó- “él dirá cuándo habrá condiciones para abrir los diálogos”. El consentimiento y la participación del estamento militar en una salida negociada, por tanto, no estarían tan alejados de la realidad.

Pedir lo imposible, sin embargo, sería contar con la decisión firme y la grandeza de espíritu de la totalidad -o la mayoría- de generales y de la tropa para jugársela por el fin de la guerra, que no sería otra cosa que una victoria para todos los colombianos.

Superar la instrumentalización política de la paz y la seguridad

En esta nuestra convulsionada Colombia, el debate público sobre el conflicto y la seguridad han tomado un cariz desmedidamente  electoral o politiquero. Al parecer, las discusiones que a diario aparecen sobre estas cuestiones en los medios son útiles -a los políticos de turno- para sacar réditos particulares o partidistas.

Ahora bien, indudablemente los temas de la paz y la guerra son imprescindibles en el devenir político colombiano. Valga recordar que al menos  los últimos dos presidentes fueron elegidos justamente por sus promesas al respecto: Pastrana para hacer la paz y Uribe para hacer la guerra. Es una plataforma que ha probado su efectividad en las urnas.

En todo caso, el uso electoral de la paz y la guerra se ha profundizado en los últimos cinco u ocho años.  Es más, en la actualidad la oposición del ex presidente Uribe, de sus adeptos y correligionarios versa casi que exclusivamente en atacar cualquier posibilidad de paz. La necesidad y el derecho a la paz parecen estar subordinados a aspiraciones políticas y burocráticas particulares.

Así, demandar lo imposible es esperar que tanto los políticos como los ciudadanos de a pie venzan la tentación de utilizar estos temas  como una herramienta política o electoral. La paz y la guerra no tienen color ni filiación partidista; los muertos, desaparecidos y mutilados de nuestro conflicto son todos colombianos. Esperar que ocurra lo imposible es desterrar de la arena pública la polarización entre las élites políticas para acordar, entre todos, un futuro mejor para nuestro país.

Las cuestiones operativas de la mesa y la agenda
Pedir lo imposible, por último, es pretender que se eviten los errores del pasado a la hora de emprender diálogos y acuerdos de paz. Por restricciones de espacio, me limito a mencionar algunos puntos de vital importancia que deben ser manejados ‘con pinzas’:

  • La cuestión del cese de hostilidades: ¿el alto al fuego debe pactarse antes, durante o después de iniciar los diálogos?
  • El tema del narcotráfico: ¿cómo lidiar en la negociación con este tema que es sumamente problemático y hace parte de un debate mundial?
  • Qué temas deben estar en la agenda: ¿el régimen político democrático está dispuesto a debatir sobre reformas sociales y económicas de fondo en este escenario?
  • Cuántos sapos estamos dispuestos a tragarnos para alcanzar la paz: ¿qué crímenes estamos dispuestos a perdonar? ¿estamos dispuestos a otorgarle un espacio a ex guerrilleros en la vida democrática: Timochenko en el Congreso?

En fin, como se ve, múltiples son los desafíos y asuntos espinosos de difícil solución. Luego de varias décadas de guerra ininterrumpida, los caminos hacia la paz son arduos y sinuosos. Por ello, se requieren altas dosis de creatividad, valor y grandeza política para buscar el cese definitivo de la violencia.

Pidamos siempre lo que ha parecido imposible para que llegue a ser realidad. No podemos dejar de exigir la paz en Colombia. Hagamos nuestro aquel lema que muchos atribuyen al mayo del 68 francés: ¡Seamos realistas, pidamos lo imposible!

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