Colombia está perdiendo el Pacífico.

No se trata sólo de que hoy día esta amplia y rica región concentre los mayores niveles de violencia de Colombia.

Se trata, más bien, de que aún no sabemos cómo afrontar la mayor incidencia del conflicto armado, de la criminalidad organizada y la inseguridad a la que hoy está expuesta.

Manteniendo el nivel de aislamiento en el que se encuentra y negándole la protección que su población requiere, estamos perdiendo oportunidades únicas para el desarrollo de todo el país.

Los colombianos poco conocemos lo que allí pasa.Y si lo conocemos, lo conocemos tarde. Basta con considerar lo que ha sucedido en los últimos días:

  • El paro armado en curso, a causa de las amenazas de las FARC en gran parte del Chocó.
  • Un ataque en Timbiquí y un petardo en Guapi, todas poblaciones caucanas del Pacífico.
  • Al sur de Buenaventura se mantuvo por meses un casi-paro de cabotaje que aísló, y encareció el consumo en la región
  • En Nuquí, uno de los pocos polos turísticos, la aerolínea ADA ha dejado de volar, por la ausencia de garantías de seguridad, tras el estallido de una bomba.
  • A Guapi, Satena dejó de volar desde Bogotá y Popayán e incrementó sus precios y
La lista podría continuar. Lo que ella devela, es que el Pacífico se ha convertido, desde Panamá hasta Ecuador, en el principal entorno regional para las disputas que hacen parte del conflicto colombiano y el escenario privilegiado para el crimen organizado internacionalizado de Colombia.
Basta con recordar que Alfonso Cano, en su huida desde Las Hermosas en el Tolima, alcanzó a cruzar la cordillera y el Valle del Cauca para ser finalmente abatido cuando ascendía para cruzar hacia  el pacífico -no se quedó en las montañas del Cauca o el Valle del Cauca-.
Es allí donde las FARC han conducido su más reciente ofensiva -no sólo en el Cauca indígena de la cordillera central-.
Es allí donde se tejen alianzas entre las FARC y la pléyade de grupos neoparamilitares, que se rompen por la debilidad de los lazos que las unen.
Es allí donde se concentran las mayores tasas de homicidio en el país y donde se evidencian menores mejoras en términos de seguridad para las personas.
La región hoy día no sólo concentra también una fenomenal cantidad de cultivos ilícitos, laboratorios para el procesamiento de cocaína, sino que es también el escenario de las más violentas confrontaciones por la tierra, el oro, el platino, las maderas preciosas. .
La explotación de sus recursos naturales sucede en desorden, sin regulación alguna, sin criterio de racionalidad ambiental alguna y en muchos  sin que las autoridades puedan hacer algo.
Recientemente la Policía Nacional ha buscado frenar la explotación minera no regulada, pero lamentablemente esto ha distanciado aún más a los pobladores de la región de las autoridades, al no ofrecerse un programa de formalización que permita a los locales y centenares de colonos e inmigrantes internos alternativas productivas sin los altos costos ambientales que ésta conlleva. En esto, estamos repitiendo la alienación de los cocaleros.
Los medios, en gran parte, le dan la espalda a la región. Los que estudiamos la seguridad y el conflicto, poco sabemos lo que allí sucede y por qué sucede. No hay un sólo centro de estudios que presente un monitoreo independiente público de lo que allí pasa, como ya lo hacen bien en Antioquia y la costa Caribe los centros de investigación, del Banco de la República y de otras universidades.
Pero es allí, también donde está el mayor futuro estratégico para el comercio y el desarrollo Colombiano. A estas alturas, creo que es ya casi una oportunidad que dejamos pasar.
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