Hay que celebrar, sin duda, el anuncio de la liberación de los 10 policías y militares que las Farc tienen en su poder. Pero más que el anuncio de liberación, lo que es realmente histórico es el anuncio de este grupo guerrillero de abandonar la práctica del secuestro como mecanismos de financiación y de presión política.

Pero, ¿qué significa esto en la lógica del conflicto armado colombiano?

Es importante mirar este anuncio y las reacciones que ha generado de manera prudente y analítica. A continuación presentamos tres puntos que pueden dar luces sobre lo que representa este anuncio y sobre las posibilidades para un eventual cierre del conflicto.

En primer lugar, hay que dejar en claro que, como ya habíamos hecho notar anteriormente que, aunque los secuestrados son activos estratégicos para las Farc, al mismo tiempo representan un costo muy grande mantenerlos cautivos.

Los últimos anuncios de liberación y las liberaciones mismas, como las del mayor Solórzano y del cabo Sanmiguel,  se presentaban en el marco de una presión reiterada de las fuerzas militares; las FARC juegan la carta de las liberaciones con el ánimo de tratar de sacar ventaja de los despejes militares y así lograr movimientos estratégicos, o, al menos, liberar presión de la persecución estatal.

Es claro que, dadas las dinámicas recientes de federalización y de fraccionamiento que presenta la estructura de las FARC, es cada vez más difícil lograr una posición unificada de los frentes, sobre el trato que se le ha de dar a los activos estratégicos (no solo a los secuestrados, sino a todos los activos: las rentas, las armas, la información de los civiles, etc.). Esto es falta de capacidad de control

En este contexto, las FARC están prestas a renunciar al secuestro como mecanismo de financiación y de presión política por una razón más pragmática que humanitaria: las condiciones actuales de la guerra les imprimen más costos que beneficios al acto de secuestrar; por el contrario, liberar a los secuestrados y prometer no secuestrar más, les da una ventaja ante la opinión pública que anhela un proceso de paz: le pasa la pelota al contrincante. Es ahora el Gobierno quien debe dar el paso para sentarse a la mesa de diálogo.

En segundo lugar, a mi juicio, las Farc aún no están hablando de paz. Esta es una premisa que hay que entender para no confundir el gesto de las liberaciones y del abandono de la práctica del secuestro con un gesto definitivo de desistir de la lucha armada. Por eso, desde el punto de vista de la lógica de la guerra, no es una falacia liberar a los secuestrados por un lado y continuar asestando golpes a la fuerza pública por el otro, como ocurre actualmente en el sur del País (Cauca y Nariño), el Catatumbo y otras zonas. De ahí la importancia de hablar de paz una vez se llegue a un mínimo común entre las partes: cesar la violencia.

Tercero,  lo más provechoso para el gobierno en este contexto es alentar, promover y reiterar el deseo de cesar la violencia para presionar a las Farc a llegar a acuerdos mínimos para entablar una mesa de diálogo. Las condiciones están dadas para iniciar un proceso de paz: las Farc comienzan a ceder en condiciones que antes no consideraban, la sociedad civil organizada apoya ingentemente las iniciativas de frenar la violencia, y aquellos que apoyaban posiciones de perpetuación de la guerra son cada vez menos fuertes en la opinión pública.

Solo falta que el presidente Santos, en un acto estratégico, saque la llave del bolsillo y genere propuestas concretas sobre lo que es “suficiente” para sentarse a hablar: por ejemplo, cesar la violencia.

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