Acabar con el interlocutor cuyo liderazgo podría conducir a un difícil proceso de paz no parece tan razonable ni tan esperanzador. El escenario alternativo es la fragmentación anárquica del aparato militar de las FARC.

Por:

Andrés Vargas

Una hipótesis dudosa

La alegría y esperanza que despiertan en muchos la muerte de “Alfonso Cano” esconde una paradoja: los éxitos que reclama el gobierno en materia de seguridad y aplaude la galería no nos acercan a la paz ni a reducir la violencia.

Los éxitos de la política de seguridad deben medirse en términos de su capacidad para acabar la violencia asociada con el conflicto interno que vive Colombia. Una condición necesaria y urgente para ello es la desaparición de los grupos armados no estatales, en este caso las FARC.

Analizado desde ese rasero, el reciente éxito es controvertible: no es claro cómo el logro de los objetivos inmediatos de la actual estrategia (capturar o matar líderes guerrilleros) llevarían al desmantelamiento totalde la organización y, aún peor, amenazan en constituirse en un obstáculo para alcanzar la meta deseada.

El razonamiento oficial parece ser que ante la muerte de sus líderes, la guerrilla se desintegrará desde la base. La muerte de los principales líderes demostraría que la organización no es capaz de proteger siquiera a sus combatientes más importantes, ante lo cual el guerrillero común razonará que la lucha está perdida y se desmovilizará. A esta posición le hacen eco numerosos análisis que señalan como consecuencia previsible una desmoralización y un aumento de la desmovilización.


Qué mantiene al guerrillero en las FARC

Aunque verosímil, el argumento anterior falla al no reconocer dos hechos cruciales:

  • Primero, que participar en la guerrilla no es apenas una decisión racional, donde ser combatiente sea la opción más atractiva en un contexto de falta de oportunidades en la economía legal. Es más, si se tratara sencillamente de un análisis costo – beneficio del combatiente raso, no se explicaría por qué terminó en la guerrilla en vez de en otras actividades ilegales, pero menos riesgosas y con mayores beneficios [1]. Otros factores intervienen en la lógica de vinculación a la guerrilla, de modo que elevar los costos percibidos mediante la muerte en combate de los líderes no es suficiente para inducir la desmovilización masiva.
  • Segundo, en estrecho vínculo con el punto anterior: la dinámica de reclutamiento no parece haberse visto afectada por la correlación de fuerzas de la guerra. La cifra de desmovilizados crece día a día, pero las FARC no se han encogido al mismo ritmo de las desmovilizaciones. En fin, la política del Estado no parece tener herramientas ni estrategias para evitar que las FARC recompongan sus filas y muestren su gran “resiliencia”.


Monstruo sin cabeza

No es claro por qué matar líderes guerrilleros acerca la desintegración de las FARC. Más aún, arguyo que nos aleja. Con la pérdida del liderazgo de figuras históricas en la organización, se hará cada vez más difícil llevar a las FARC unidas a un proceso de desmovilización, rearme y reinserción y peor aún, arriesgamos su fragmentación en pequeños grupos regionales y locales.

Respecto de lo primero, el gobierno no puede quedarse sin interlocutores con quienes negociar. Una estrategia de cierre del conflicto requiere que todos los frentes o unidades de las FARC participen en el proceso de desarme, desmovilización y reinserción (DDR), donde se puedan identificar los combatientes y recolectar las armas.

Sólo un proceso de esta naturaleza puede evitar que los ex miembros de las FARC vayan a engrosar las filas de los grupos neo-paramilitares o que sus unidades sigan operando en forma independiente y prolonguen los procesos de violencia.

Si el gobierno mata a todos los líderes guerrilleros con ascendencia sobre la totalidad de la organización, no habrá un interlocutor con el liderazgo suficiente para hacer acuerdos vinculantes en nombre de todos sus miembros y unidades.

Pero además, si esto ocurriera el gobierno tendría que lidiar ya no con una organización guerrillera, sino con una miríada de grupos armados regionales con objetivos disimiles, y gran capacidad y experiencia en el combate.

Este escenario sería un retroceso respecto del actual, donde el Estado se enfrenta con una organización guerrillera débil, derrotada estratégicamente, pero que todavía utiliza la violencia de manera instrumental –es decir, con el objetivo más o menos racional de acceder al poder nacional– lo cual le impone límites y restricciones.

En conclusión, el gobierno y la sociedad colombiana necesitan de la frágil estructura de comando y control de las FARC para lograr el cierre definitivo del conflicto. Es el momento del humanismo y de la grandeza política, porque el clamor por más sangre para saciar la sed de venganza amenaza con ahogarnos en ella.

Artículo publicado en razonpublica.com el 6 de Noviembre de 2011

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