“Que muera si deserto o revelo nuestros secretos”, es el juramento que más de 100,000 hombres de la tribu Kikuyu, en Kenya  han pronunciado con el fin de pertenecer a los Mungiki (multitud, en dialecto Kikuyu), una de las pandillas más grandes del mundo que después de casi cinco años sin pronunciamientos públicos sigue siendo un mecanismo para infundir miedo y, se cree, se fortalece para volver a ejercer el control político que logró alguna vez.

Así como las Maras Salvatruchas (pandilla de El Salvador que se ha movilizado por toda Centroamérica y el sur de los Estados Unidos) utilizan sus tatuajes y un lenguaje de señas para identificarse entre ellos, los miembros de los Mungiki se caracterizan por sus peinados y ritos de sangre. En general, llevan el pelo peinado con dreadlocks o rastas y, en cuanto a los ritos, se mencionan baños e ingestas de sangre entre los miembros del grupo cada vez que realizan un juramento.

La característica que separa a esta pandilla o grupo criminal keniano de otras pandillas en el mundo (Primeiro Comando Capital de Brasil, Salvatruchas de El Salvador o The United Bamboo en Taiwán), son los lazos fuertes y visibles que tiene con la estructura política del país. Esas relaciones se hicieron visibles a inicios de la década del 2000. Hoy continúan latentes y consiguen dividir el país internamente por sus ideologías étnicas.

Cronología de los Mungiki

1980

Nace el grupo Mungiki como un movimiento en contra del cristianismo y de la occidentalización que se vive en Kenya, centro neurálgico de desarrollo en África. Su principal objetivo es mantener viva la cultura y las tradiciones de su grupo étnico, Kikuyu localizado en la Provincia Central y en la Provincia del Valle del Rift.

1990

Lo que empezó como un movimiento de protección y conservación cultural se convierte en una lucha entre pandillas que persiguen fines similares, “aquel que no pertenezca a mi grupo étnico, recibirá represalias”.

Aumentan las actividades delictivas como medio de financiamiento para la adquisición de armas.

2000

Se da una migración hacia Nairobi, donde se establecen especialmente en barrios del distrito Kasarani (uno de los más pobres del país), que los visibiliza como pandillas y los somete a represión policial. No obstante, con las elecciones en el 2002 en las que Mwai Kibaki del grupo Kikuyu, fue nombrado presidente de Kenya, adquieren poder en la ciudad. Ese poder se tradujo en el monopolio de los minibuses en la capital y la administración de servicios de electricidad y acueductos (tanto legales como ilegales) como medio de financiamiento. Además, de una imagen autoritaria y de poder violento.

2007

En diciembre de este año, Kibaki ganó por segunda vez las elecciones presidenciales a su opositor Odinga en una de las elecciones más corruptas en la historia del país. Este hecho desencadenó enfrentamientos violentos no sólo políticos sino étnicos en los que se vieron involucrados miembros Mungikis. Esta situación se extendió hasta el 2008, dando como resultado la muerte de más de 1,000 personas y el desplazamiento de 600,000. Entre ellos, un gran porcentaje del grupo Mungiki.

Con la intervención de la ONU, se consiguió llegar a un acuerdo entre las partes que adoptaron un sistema de coalición para gobernar el país, siendo Odinga el Primer Ministro.

 Mungiki en el 2013

Después de los eventos ocurridos en las elecciones del 2007, las actividades de los Mungiki se silenciaron o desaparecieron, hasta ahora.

El 3 de marzo de este año, se celebraron las elecciones presidenciales en Kenya. Un mes antes, Willy Mutunga, jefe de Justicia y presidente de la Corte Suprema de Kenya, recibió una carta en la que amenazaban su vida si impedía que el candidato Uhuru Kenyatt participara en estas. La carta estaba firmada por miembros Mungiki.

Ahora bien, Kenyatt, actual presidente de Kenya, no sólo es miembro del grupo étnico Kikuyu sino que enfrenta cargos en la Corte Criminal Internacional por sus crímenes en contra de la humanidad por actos relacionados a los disturbios postelectorales en el 2007.

A pesar de que la gran organización que fueron los Mungiki durante los primeros años de este siglo haya desaparecido (presuntamente), aún existen pequeñas facciones que continúan operando en las provincias y en Nairobi. Sus miembros son personas de barrios periféricos que no cuentan con servicios públicos suficientes, atención médica, vivienda digna o alimentación adecuada. Son jóvenes que durante el periodo de elecciones son contratados por miembros del gobierno para ejercer coerción sobre los votantes (golpizas, amenazas, asesinatos) y recibir unos cuantos chelines que apenas logran suplir los costos en los que incurren al hacer su ‘trabajo’.

El verdadero problema

Originalmente, los Mungiki nacieron para proteger su cultura de influencias externas, pero después de treinta años en los que el grupo ha alcanzado máxima participación e influencia en el país; se ha visto involucrado en crímenes; ha incursionado en negocios tanto lícitos como ilícitos, mientras los políticos se hacían los de la vista gorda, y su poder ha declinado, no se puede continuar afirmando que el grupo sigue una ideología étnica o cultural.

Los pedazos que quedan de esa organización están enmarcados por una vida en miseria. Los que se hacen llamar Mungiki no cuentan con una estructura jerárquica ni con fuentes de financiación constante como las demás pandillas del mundo.

Lo que resta de los Mungiki, es el reflejo de un país con un sistema político corrupto e insuficiente implementación de políticas públicas. Kenya tiene un jefe de Estado que está siendo juzgado por sus crímenes en contra de los DDHH y tiene el 45.9% de la población en condiciones de pobreza y con una expectativa de vida de sólo 57 años.

La violencia que se vivió en el país durante los primeros años de la década del 2000 fue evidenciada a nivel internacional y constituye uno de los peores problemas de seguridad pública de los últimos años. La pandilla Mungiki ahora no está activa, pero la solución no es esperar a que lo esté para atacarla con violencia y revivir otro periodo en el que los más perjudicados serán, como siempre, los que son ajenos a ese conflicto. Lo que debe hacer Kenya es evitar ese resurgimiento y eso lo hace apoyando a la población vulnerable, a esos que pueden ser reclutados para matar a cambio de comida.

 

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