Con la celebración violenta de sus cincuenta años de creación y la escalada de acciones violentas de las últimas tres semanas, -incluyendo el atroz atentado terrorista contra el área social del campamento de Caño Limón- el ELN está acabando con la última oportunidad que tiene de abandonar ordenadamente la lucha armada y rescatar lo poco que le queda  a través de la acción política legal.

Si bien, en las últimas semanas el ELN ha arreciado sus ataques, esta es una tendencia que viene del 2012: mientras en ese año y en el 2011 estuvo en un “cese al fuego virtual”, en el 2013 atizó la hoguera de su propia violencia, con casi 100 acciones unilaterales de su autoría exclusiva. Ese ritmo lo mantuvo en enero y febrero de este año, y tras una pausa lo reactivó en las últimas tres semanas.

Coincide pues el inicio de un período de mayor actividad violenta del ELN con el inicio de las negociaciones con las FARC y de los contactos con el ELN. Si bien el ELN realizó algunos «gestos» puntuales de paz, al liberar algunos secuestrados, no se comprometió -a diferencia de las FARC- a cumplir con las obligaciones que le impone el derecho internacional humanitario ni a dejar explícitamente el secuestro, el reclutamiento de menores o el ataque indiscriminado con explosivos contra la población civil. Ni siquiera por razones de precacución.

El ELN escaló la guerra como parte de su estrategia para hacerse «sentir» en la mesa de negociación, de demostrar su poder y capacidad militar.

El resultado es lamentable: el ELN ha sido incapaz de reestructurar -pese al esfuerzo del último año y medio- su aparato militar para conducir una guerra de guerrillas efectiva contra el Estado. Su derrota miltar es completa. Lo único que logra es hostigar, atentar contra el tubo, secuestrar y acudir como remanente al terror que genera el uso de explosivos de manera indiscriminada contra los civiles.

En contraste con las FARC, que logró cohesionar su aparato militar de manera gradual antes y durante las negociaciones de paz, el ELN da muestras múltiples de que su estructura descentralizada no le permite contar con un mando efectivo ni con un control operativo de sus tropas.

Su derrota política, por sustracción de materia, es aún mayor: si bien aún tiene arraigo campesino en algunas zonas, su ideología se reduce a reclamar la ineficiente nacionalización de los recursos naturales no renovables, un discurso imposible que choca hoy con el gran avance que ha tenido la agenda ambientalista y antiminera de las organizaciones no gubernamentales, los movimientos ciudadanos y hasta la misma institucionalidad que ya coparon ese espacio político. La agenda agraria, ya es de las FARC. Ni siquiera para lo político se necesita el ELN en Colombia.

Sin agenda y sin capacidad militar, y sin el pragmatismo y capacidad de lectura de la realidad política que sí tiene las FARC, lo único que le queda al ELN es el terrorismo radical extremista, que le quita el poco espacio político a su propia negociación.

Si no logra cohesionarse y repensarse políticamente, así sea con una agenda residual y marginal, el ELN está destinado a desaparecer, por lenta y violenta sustracción de materia. 50 años de pasos atrás, sin liberación, sólo muerte.

 

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