Publicado en la Revista Javeriana, Octubre, 2012.

“A vida é feita de pequenos nadas.”
Sérgio Godinho

La guerra y la paz, la violencia y los conflictos son elementos centrales en la condición humana (Dunn, 2005: 27), que acompañan y marcan indeleblemente muchas áreas de la actividad social y política. Son así temas que han atraído desde hace mucho la atención de las ciencias políticas y sociales, razón por la cual hay numerosos acercamientos teóricos a la comprensión de los conflictos y la construcción de la paz (Deutsch, 1991: 26).

Se ha conceptualizado e interpretado la paz, y las vías de consecución de la misma, de diferentes formas y bajo diferentes modalidades y enfoques, tanto desde el punto de vista académico, como político. De la misma forma, se han definido distintos actores y protagonistas de la construcción de la paz y resolución de los conflictos y se ha atribuido diferentes roles y valoraciones a la sociedad civil en este proceso.

 
En Colombia, los discursos sobre la paz y la violencia y la discusión de los caminos para la superación de los conflictos son un tema cuotidiano, que atraviesa desde las más altas esferas políticas, hasta la más sencilla charla de café. Sin embargo, las percepciones y visiones de la paz son múltiples y diferenciadas y en este mismo factor reside uno de los ejes estructuradores del mismo conflicto armado.


En este articulo se pretende poner énfasis en un tipo de visión de la paz y de la construcción de paz que no suele ser objeto de atención de los media, ni lograr llegar a las parangonas de los periódicos – la paz como percibida, desarrollada, apropiada y construida desde comunidades campesinas arrinconadas por el conflicto armado. Se buscará analizar: ¿Cómo se procesa en el cotidiano la construcción de paz en los territorios marginados de Colombia? ¿De qué forma se materializa la paz? ¿Qué formas y expresiones asume? ¿Qué es la “paz pragmática” a nivel local (Barnes, 2005: 19)?

Se centrará en el estudio de caso de los Laboratorios de Paz, iniciativa desarrollada por organizaciones de la sociedad civil en distintas regiones del país, con el respaldo político y financiero de la cooperación europea.
Esta es una investigación eminentemente empírica que ha tenido como base trabajo de campo en las regiones del Cauca, Nariño, Magdalena Medio y Oriente Antioqueno, a través de entrevistas con participantes y actores de los Laboratorios de Paz y de observación participante en innumerables eventos e iniciativas. Parte del análisis de los proyectos y procesos, de las iniciativas, esperanzas, sueños, dificultades y angustias de quienes sufren en la piel las violencias del conflicto armado y sobre su sudor buscan construir la paz en las regiones y demostrar que otro país es posible.

 

La paz y sus lentes: los caminos y actores de la construcción de la paz:

Las visiones tradicionales y dominantes sobre la paz y la resolución de conflictos han atribuido a los Estados y a los actores políticos de alta instancia una casi exclusividad de funciones y competencias en el campo de la paz y de los conflictos. El realismo, paradigma político dominante, que determina en gran medida el enfoque “convencional” y hegemónico hacia los conflictos armados (internacionales e internos), no solo en Colombia sino también a nivel internacional, es fundamentalmente estado-céntrico. Los actores sub-estatales o trans-estatales son vistos por los realistas como actores marginales en el ámbito internacional, teniendo poca influencia o significado.

Consecuentemente, esta es una escuela de pensamiento político que confiere muy poca importancia a la sociedad civil y actores locales en la resolución de conflictos, desvalorizando su rol en la construcción de la paz. A penas los “actores que cuentan” deben ser incluidos en un proceso de gestión de un conflicto (Wallensteen, 2002: 48). Como lo afirman Marchetti y Tocci (2009: 10), “el valor de organizaciones sociales es secundaria, marginal o no-existente”.
El realismo es, en su esencia, un enfoque elitista, basado en un proceso vertical de decisión, y que se orienta exclusivamente a lo que la literatura anglosajona llama el nivel “track 1” de la resolución de conflictos, o sea las actividades y diplomacia desarrollada por actores oficiales, en detrimento de actores no oficiales (track 2) (Nan y Strimling, 2004). Solo los actores estatales y las élites armadas caben en esta concepción de resolución de conflictos.
Para esta tradición política las actividades de construcción de paz son concebidas como un proceso conducente a un acuerdo de paz. Negociaciones basadas en el poder y el interés aparecen como “la única alternativa práctica a la violencia inter-grupo” (Morgenthau, 1985 apud Rubenstein, 2001). Esta escuela de pensamiento se centra principalmente en la manera de obtener la “paz negativa”, es decir, el cese de las hostilidades o la violencia directa entre las partes en conflicto. El énfasis está en cómo traer las partes en conflicto en torno a una mesa de negociación y en los procedimientos de este proceso una vez que los actores estén en la mesa. No está en juego tratar los problemas que son la fuente del conflicto o encontrar soluciones creativas y alternativas a los mismos. Se enfoca exclusivamente en el aspecto armado del conflicto y en cómo hacerlo llegar a su fin (Wallensteen, 2002).

 
Para los afiliados a este enfoque teórico resolver o transformar los conflictos es visto como irrealista, dadas las diferencias irreconciliables de intereses y valores entre las partes; tan solamente es viable gestionarlos o contenerlos, razón por la cual las intervenciones se deben enfocar en la obtención de acuerdos políticos, particularmente mediante el recurso al poder político y militar para influenciar las partes (Miall, 2004: 3).

 
Esta perspectiva ha marcados los enfoques históricos para la paz y el conflicto en Colombia, condicionando las estrategias de guerra y las políticas oficiales de paz en los últimos 40 años (Barreto Henriques, 2012).Sin embargo, esta perspectiva “clásica” y “convencional” de gestión de los conflictos ha sido crecientemente puesta en entredicho, tanto del punto de vista teórico, como político. Galtung, uno de los pioneros de la Peace Research, hizo aun en los años 1960 una ruptura radical con este entendimiento, mediante el desarrollo de los conceptos de “paz negativa” y “positiva”. Este autor amplió el significado de la paz, simplemente de la antítesis de la guerra y revaluó el concepto de violencia de su sentido y connotación tradicional – violencia física – para darle una significación más amplia. Desde este punto de vista, la paz no es solamente la ausencia de la guerra, estos no son elementos equivalentes. Lo que le anima es una visión de la paz, no como antónimo de la guerra, sino de violencias (Pureza, 2008: 3). Para este autor, un mundo sin guerra no sería necesariamente un mundo en paz. Galtung concibe una paz definida positivamente, que implica una reestructuración profunda de las relaciones humanas.
Por lo tanto, es evidente que Galtung define y transmite un concepto amplio y denso de paz, uno que implica mucho más que el silenciamiento de los fusiles. Se basa en una visión integral de la paz y los conflictos, que establece un vínculo claro y fuerte entre el desarrollo, la justicia social y los temas de la paz.

 
La definición amplia de Galtung de la paz ha abierto así el espacio para una definición y comprensión amplias de la construcción de la paz. Las actividades que afrontan y abordan los aspectos estructurales y culturales de la violencia obtienen un nuevo sentido y significado. La construcción de la paz aparece asociada a la generación de procesos, actitudes, relaciones, valores y estructuras más inclusivas y sostenibles (ECP, 2006: 6). Esta perspectiva atribuye un rol de relevo a otros protagonistas que no los actores políticos tradicionales en la resolución de los conflictos, confiriendo particularmente un papel de gran importancia a actores de la sociedad civil.

 
Galtung tiene un entendimiento plural de la paz. Plantea que no se debe pensar en Paz, sino en Paces (Galtung, 1996: 13). Es una visión que da sentido a la profunda diversidad y heterogeneidad de situaciones y experiencias sociales de construcción de paz desde la base. Para Galtung, la Paz cada vez más depende de la gente que hace sus propias “políticas de paz”, en el nivel micro del individuo y la familia, en el nivel meso de la sociedad, y en el nivel macro de los conflictos inter-sociales e inter-territoriales, y no solo en las decisiones de las élites (op. cit.: vii).

 

De forma análoga a Galtung, John Paul Lederach, otro autor de suma importancia afiliado a la peace research, propuso un concepto de construcción de paz como un proceso dinámico y continuo de búsqueda y cimentación para la paz. Para este autor, el término “proceso de paz” adquiere un significado totalmente nuevo, que va mucho más allá de su significación convencional como “negociaciones de paz”. Mientras un proceso de paz en su sentido convencional se enfoca en los actores enfrentados en armas, y tiene como base sus ritmos, agendas y posicionamientos políticos, y como objetivo la obtención de la firma de un acuerdo entre ellos como solución para colocar término a la violencia (ECP, 2006: 6), un proceso de paz para Lederach es un proceso continuo, complejo y multifacético de roles, funciones y actividades múltiples e interdependientes que contribuye a la transformación constructiva de los conflictos (Lederach, 1997: 63). Es fundamentalmente un proceso de construcción de paz. Se trata de mucho más que negociaciones por dirigentes políticos y mediadores, y el cese al fuego; pero también más que el entendimiento convencional de las Naciones Unidas de actividades de peacebuilding y peacemaking. Este autor entiende fundamentalmente la construcción de paz como transformación y reestructuración de relaciones (op. cit.: 71).

 

Estos planteamientos teóricos le han dado significado especial a lo que generalmente la literatura anglosajona llama peacebuilding from below, es decir, la construcción de paz desde abajo, con base en las comunidades. Geraldine McDonald (1997: 1, 2) define este concepto como “tanto una práctica, como una actitud. En cuanto a la práctica, significa una construcción de paz comprometida al nivel local con la gente que vive en el medio de la violencia. Como una actitud, se centra en la suposición que los más afectados por la violencia, que entienden y tienen que vivir con sus consecuencias, son los mejor situados para encontrar las soluciones apropiadas para ella.”

 
Esta es una perspectiva que ha tenido una importancia creciente tanto en la comunidad académica, como en las instituciones internacionales. El potencial de paz de las comunidades locales ha sido enfatizado más y más por varios autores, que subrayan que “procesos de construcción de paz eficaces y sostenibles deben basarse no sólo en acuerdos de paz desarrollados y firmados por las elites, sino, de modo más importante, en la potenciación de las mismas comunidades asoladas por la guerra, que, deben construir a partir de ellas mismas la paz desde abajo” (Ramsbotham et al, 2005: 215). Se sostiene que la construcción de la paz debe partir y enraizarse en el mismo suelo en que el conflicto se desarrolló (Lederach, 1997: 107) y solo se logrará mediante la participación de los protagonistas y las víctimas de la violencia en cada territorio y localidad del conflicto (McDonald, 1998: 93).

 

Los más afectados por la violencia tienen un conocimiento profundo de los problemas y necesidades reales. Como Catherine Barnes (2005: 7) afirma, “las personas y las sociedades deben crear sus propios sistemas para manejar sus diferencias. Mientras que los gobiernos deben desempeñar un papel crucial en este proceso, las personas son la clave para la transformación de conflictos a largo plazo”.

 

En esta nueva visión de paz la solución no es traída de afuera por un actor tercero, nace y emerge de los recursos de la gente (Woodhouse, 1999: 24). Todos actores sociales son vehículos fundamentales de estrategias y procesos de paz. Los procesos de transformación se operan a diversos niveles. Pasan por cambiar las estructuras y las personas. La transformación de la sociedad es el resultado indirecto de la transformación de los individuos y no solo de la reestructuración institucional y las reformas sociales y políticas (Bush y Folger 1996: 20 apud Mitchell, 2002: 12). El cambio social pasa por la concientización y el empoderamiento de los individuos, elementos que dan significado y relevancia a los procesos de construcción de la paz desde la base, por más circunscritos que sean.

 
De hecho, el rol de construcción de paz de la sociedad civil se relaciona fundamentalmente con un factor – la sostenibilidad de la paz. Un proceso de paz solo es sostenible si es apropiado por la población (Jeong, 2006: 33 apud Mouly, 2011: 304). Para que la paz se consolide y gane raíces hay que crear la paz entre vecinos y en el seno de las comunidades. La sostenibilidad de la paz solo puede ser endógena. Si Clemeanceau dijo un día que la guerra era demasiado grave para confiársela solo a los militares, podría también decirse hoy que la paz es demasiado importante para confiársela solo a los políticos. La “gente” es la clave para desarrollar una infraestructura y una cultura de paz. Así, cualquier estrategia de largo plazo para una paz sostenible tiene que pasar por la sociedad (con o sin el apodo de civil). El rol de las organizaciones sociales es fundamental para ampliar y consolidar los procesos de apropiación de la paz (Mouly, 2011: 304).

 

El caso colombiano: un contexto de múltiples violencias y “paces”

En Colombia la violencia adopta diversas modalidades, formas y expresiones, que no se agotan en los grupos armados en sí mismos, y se cruzan con cuestiones sociales, políticas, económicas, étnicas y culturales, razón por la cual, más que de violencia estamos delante de “violencias”. De hecho, la violencia en Colombia es un fenómeno y una realidad complejos. Va más allá de los aparatos armados de los grupos ilegales.

 
En esta medida, erradicar la violencia de los grupos armados es insuficiente para la paz en Colombia. La construcción de la paz en este país pasa por la transformación del orden social en muchas regiones y partes del país, por el desarrollo de mecanismos e instituciones legales de resolución de conflictos, por la inclusión de sectores sociales de riesgo tradicionalmente marginados, y por el fomento de una cultura de la paz.
Así, el modelo elitista de negociaciones que se ha desarrollado históricamente en Colombia es un enfoque para la paz frágil y de alcance limitado. Difícilmente puede traer una paz sostenible y duradera a un país cuya violencia es un fenómeno particularmente complejo y multidimensional y no se circunscribe a la existencia de grupos alzados en armas. La naturaleza multidimensional de la violencia en Colombia y las causas multidimensionales del conflicto inviabilizan negociaciones estrictamente de élite y hacen que un enfoque a la paz deba ser el mismo también multidimensional. Sin embargo, el cuadro sombrío e insatisfactorio de gestión y resolución del conflicto a nivel político y de fallo sistemático de los enfoques oficiales para la paz que enfrenta Colombia contrasta con el panorama de efervescencia de su sociedad civil.

 

 

En los últimos 15 años se ha asistido en este país a un boom de movilización social e iniciativas de paz desde la base, como las Asambleas Constituyentes, las Comunidades de Paz, las Mingas Indígenas y los Programas de Desarrollo y Paz (PDP), que figuran, en cierta medida, una alternativa a las negociaciones nacionales con las guerrillas que han enfrentado duras dificultades y han provocado altas frustraciones sociales y políticas. Se evidencia lo que Mauricio García-Durán (2006: 150) designa de un contraste entre una “crisis en lo nacional y dinamismo en lo local” en el campo de la construcción de la paz en Colombia. La emergencia en las últimas dos décadas de un alto número de iniciativas de construcción de paz desde la sociedad civil muestra otro lado y dimensión del conflicto y configuran este país como un escenario simultáneamente de guerra y de paz (o paces). En este cuadro, los llamados “Laboratorios de Paz” se destacan como una de las más interesantes, ambiciosas y originales iniciativas de construcción de paz nacidas en la sociedad civil que han emergido en Colombia.

 

Los Laboratorios de Paz: un enfoque singular para la paz en Colombia?

 

Situados en diversas de las regiones más problemáticas y conflictuales del país, e íntimamente conectados a los Programas de Desarrollo y Paz (PDP)1, los Laboratorios de Paz constituyen programas multidimensionales de construcción de paz desde la base, sostenidos por la sociedad civil, y con el respaldo y participación de la Unión Europea (UE) y del Estado colombiano. Se conciben y se configuran como verdaderos “laboratorios de paz”, en la medida en que buscan caminos novedosos y “fórmulas” alternativas para la paz a nivel local y regional. Son una experiencia piloto y exploratoria que se pretende como un escenario provocativo para construir nuevas relaciones y nuevas transformaciones y formular propuestas de salida en una escala micro (Castillo, 2008). Operan como una especie de “laboratorios sociales”, en el cual los pobladores de las regiones son los investigadores (Moncayo, 1999), y los motores del proceso de transformación del conflicto y construcción colectiva de la paz.

 

Se sostienen sobre un conjunto complejo de procesos sociales, culturales, económicos y políticos de base, que buscan integrar los territorios marginados y periféricos y los sectores sociales tradicionalmente excluidos de la población colombiana (tales como los grupos indígenas y afro descendientes, las mujeres, los jóvenes, pero fundamentalmente los campesinos), y acercarlos a la institucionalidad, al desarrollo y a la democracia, con vista a incidir sobre las causas profundas de la conflictividad en Colombia, a generar una cultura de la paz y unos mecanismos de participación. Por encima de todo, los Laboratorios de Paz son un intento de generar las condiciones sociales, económicas, políticas y culturales para la paz e incidir sobre los factores que sostienen y causan el conflicto localmente. Parten del principio de que la construcción de la paz pasa por generar nuevas condiciones de vida, la inclusión para la gente en el campo y por el desarrollo socioeconómico de las comunidades (Saavedra y Ojeda, 2006: 32).) En este sentido, se han preocupado en como generar empleo para los campesinos, como generar alternativas para los jóvenes y cómo transformar la actividad económica hacia la paz y el desarrollo humano (De Roux, 2008). En causa está fundamentalmente quitar fuerza de trabajo y espacio a la guerra (Bertolini, 2007).

 
La filosofía y el propósito de los Laboratorios de Paz, con base en la concepción original del PDPMM, es, de cierta forma, reconciliar las “dos Colombias”, la Colombia de la carrera séptima de Bogotá y de los grandes centros urbanos, con la Colombia excluida, de los territorios “en donde la menor manifestación del Estado, se encuentra a varios días de camino, ya sea por río o a caballo” (González et al. 2003: 218, 219); se busca aproximar las veredas de las regiones y la totalidad del territorio nacional a la institucionalidad, al Estado de Derecho, y al desarrollo; traer la democracia y una cultura democrática y ciudadana a las veredas más remotas, proveer servicios públicos; ayudar a llenar el profundo vacío institucional; repartir el bienestar y los dividendos del desarrollo regional entre todos sin excepciones; disminuir el foso centro-periferia; ayudar a superar las fronteras y periferias geográficas, políticas, sociales y económicas. En cierta medida, es una forma de construcción del Estado y de la Nación y una propuesta regional de desarrollo humano integral y sostenible como medio para la paz.

 
Del mismo modo, los objetivos de los Laboratorios de Paz pasan por crear transformaciones a nivel micro, es decir, tanto en los individuos como en las comunidades. Buscan crear sujetos de paz (Vargas, 2007), que corporicen valores éticos y democráticos, así como las transformaciones deseadas para la región y las condiciones políticas para una solución política del conflicto. Se pretende alfabetizar políticamente a la gente, generar emancipación social, construir ciudadanía, hacer evolucionar los imaginarios de la población, y empoderar a los pobladores (Katz, 2008). En gran medida se pretende construir lo que Lederach designa como una “peace constituency”, ósea, una circunscripción de paz, así como desarrollar una cultura de paz en la región.

 

Por lo demás, la filosofía de los Laboratorios de Paz se sostiene en una metodología participativa. La fórmula de los Laboratorio está basada en la gente. Se basa en la convicción que la sociedad civil puede y debe tener un rol en la construcción de la paz en Colombia y que la paz, para que sea sostenible, tiene que ser más que acuerdos formales entre los líderes de la insurgencia y del Estado. Consecuentes con su filosofía, los Laboratorios proponen lanzar, fomentar y desarrollar procesos participativos con los sectores de la población históricamente marginados, como los jóvenes, las mujeres, los pescadores, los mineros y sobre todo, los campesinos. Intenta construir plataformas de actores sociales con los sectores excluidos de la población, aspirando a dar voz a los que no tienen voz, y alentándolos y ayudándolos a construir propuestas sociales, económicas y políticas alternativas. Considera que estos son no sólo las principales víctimas de la violencia en Colombia, sino también actores esenciales para la construcción de un país en paz (Barreto Henriques, 2009: 559).

 
De hecho, los Laboratorios han funcionado esencialmente como micro-plataformas de inclusión del campesinado, y de otros actores sociales, en términos socio-económicos, productivos y políticos. De cierta forma, lo que pretenden los Laboratorios es ser un instrumento de construcción de una democracia directa, y reconfigurar y democratizar la cultura política del país, de forma que se vuelva más incluyente y participativa (ibidem). Se propone hacer que los ciudadanos se vean a sí mismos como amos y actores de su propia suerte, promover el desarrollo humano a través de una economía controlada por la población y alcanzar la paz a través de la reorganización de la vida política y del control ciudadano de los recursos públicos (Rudqvist y Van Sluys, 2005: 4, 5).

 

Corresponde a una determinada concepción de paz y de desarrollo de tipo incluyente y humanista, en los cuales los mismos actores sociales y las comunidades asumen las riendas del proceso de construcción de la paz. Para el PDPMM, organización en la base del Laboratorio de Paz del Magdalena Medio, “el desarrollo es la gente”, como proclama otro de sus principios (PDPMM, 2010). La paz y el desarrollo o se construyen con todos o no pasan de una miraje que fácilmente se puede esfumar. El proceso se centra en la participación y “empoderamiento de los pobladores y pobladoras”. Los Laboratorios de Paz defienden que la paz “no nace por una oferta o petición del gobierno” (De Roux, 2002: 17) y no debe ser manejada exclusivamente desde la centralidad del gobierno. Representa un interés y bien colectivo, lo que implica la participación amplia de la población (Saavedra y Ojeda, 2006: 34). Ven a los actores sociales como protagonistas fundamentales de la construcción de paz. Corresponde a una construcción de la paz desde abajo.

 

El proyecto concibe la paz no como un simple tema de élites, ni como un resultado de negociaciones de paz entre partes contendientes. Esta iniciativa ha asumido que la paz no es un tema exclusivamente de estrategia, de negociación y de correlación de fuerzas y poder, sino un tema de transformación de los seres humanos y de las estructuras sobre las que se cimentan (Vincenti, 2008).

 

La Paz de los “pequeños nadas” – ¿una construcción de la paz a nivel local?

Los Laboratorios de Paz configuran, en sus componentes, un amplio, multidisciplinario y multidimensional rango de proyectos, procesos sociales, programas e iniciativas, que buscan traducir su filosofía y enfoque para la paz en la práctica y contexto de las veredas de las regiones y encontrar vías propias para la paz y el desarrollo. Representa un macro-proyecto de paz que se desdobla en un abanico de micro-proyectos de paz, que se enfocan sobre varios aspectos y elementos de la construcción de paz, bajo una aproximación integral y un concepto amplio de la paz. Son una iniciativa ubicada conceptual y físicamente en un nivel micro. Tiene los pies bien asentados en el terreno, en el medio del conflicto. La experiencia es intrínsecamente local: nace en lo local; se estructura en y se diseña para lo local; se desarrolla en lo local. Su esencia es la construcción de paz desde un nivel local y regional. Son programas de construcción de paz desde la base concebidos como experiencias de descentralización de la transformación del conflicto. Es un peacebuilding from below, una construcción de paz desde abajo. Su labor se inserta en una micro-territorialidad. Ésta es necesariamente la escala de actuación de los Laboratorios de Paz y sus proyectos. Se busca transformar a un nivel micro, a partir de la especificidad de cada región y de los actores y las dinámicas sociales de cada territorio, las condiciones políticas, socioeconómicas y culturales que sostienen el conflicto y generar vías propias y alternativas para la paz. Se pretende que cada proyecto sea una micro-plataforma para la transformación del conflicto, o una micro-transformación de expresiones diferentes del conflicto, y un espacio de negociación, conciliación y diálogo entre diferentes sectores e intereses (PDPMM, 2005: 6).

 

 
En el cuadro de estos procesos sociales a nivel local, emerge una concepción de paz y de la superación del conflicto que se diferencia en gran medida del modelo y visión hegemónicas de la resolución del conflicto como producto de un acuerdo de paz y de un proceso de negociación entre el Estado y los actores armados ilegales. La construcción de paz para las comunidades y organizaciones involucradas en los Laboratorios de Paz se revela como un proceso que se va construyendo cotidianamente desde las veredas de la región. Esta perspectiva es comprobada en las palabras de Pascual Silva (2007), miembro de la CDPMM, “nosotros no vemos tanto lo de la paz como un discurso o cátedra, o curso, sino de cómo llevamos a la gente que construya un referente de autonomía, de sostenibilidad, de independencia, que permita a la gente construir alternativas para que no entre en el círculo de los actores armados”.

 
Los proyectos y procesos de los Laboratorio de Paz son esencialmente expresiones de “pequeñas paces”, son “micro-paces” construidas y desarrolladas por la transformación de expresiones del conflicto a una escala micro. En esta medida, permiten pensar la paz y su construcción bajo una lógica diferente, más social que política, más horizontal que vertical, y más local que nacional.

 
Este entendimiento de la paz queda bien plasmado en las palabras de Guillermina Hernández (apud Blanco 2008), directora de la organización Merquemos Juntos, con sede en Barrancabermeja, que señala que “la paz no es sólo que no nos matemos; la paz es mirar cómo vivir mejor, cómo alcanzar las cosas que necesitamos”. De forma similar, esta concepción de paz como vivida por las poblaciones en las regiones de los Laboratorios de Paz queda manifiesta en las palabras de Juan de Dios Castilla (2007), que coordina el proyecto “Comunas, territorio de no violencia” en Barrancabermeja. Señala que “los compañeros de las comunas hacen una diferenciación entre la paz política, la paz que se puede dar en las mesas de negociación, y la paz que construyen las comunidades. Ellos dicen: mire, la paz no es algo externo a nosotros, la paz la estamos construyendo todos los días desde nuestro hogar; la paz no es esperar allá que se sienten en Ralito, que se sienten en la Habana o en Caracas o donde se quieran sentar, porque eso no es más que una parte del conflicto que se genera en Colombia; hay una paz que generan las comunidades y eso lo vienen construyendo ellas permanentemente, tanto en las comunas populares como en toda la región. La paz está ligada a esa experiencia, la experiencia de poderles decir no a los actores de la guerra, decir que aquí no queremos ni guerrilla, ni paramilitares, queremos nosotros construir comunas de no violencia”.

 

La paz aquí adquiere múltiples colores, sabores, y olores. Surge como un concepto conjugado en el plural. Parte de procesos sociales de las más diversas tipos y dimensiones. Más que una paz, están en causa “paces”. En estos procesos la paz se construye, se concibe y se percibe de formas diversas por las comunidades y adquiere significados y materializaciones propias, y no se confunde necesariamente con la paz política y la ausencia de guerra en el sentido político-militar que vehicula el realismo político y los enfoques de gestión de conflictos. En los casos evidenciados por los procesos de base de los Laboratorios de paz, para unos la paz es tener que comer, para otros es tener tranquilidad, o es ser escuchado; algunos asocian la paz con una “democracia real” (Ausecha, 2008), o, como en el caso de los indígenas caucanos, con la identidad cultural. Para unos, la paz pasa por la unión de la comunidad frente a los actores armados. Los pobladores están conscientes de que, como señalaron los participantes de un Espacio Humanitario del Laboratorio de Paz del Magdalena Medio, “juntando nuestros miedos, somos más” (apud Páez, 2007: 16). En esta medida, buscan generar símbolos colectivos de solidaridad y afirmación de la dignidad, que les permitan ser más fuertes y tener más instrumentos y capacidad de resistencia y diálogo con los grupos alzados en armas, de manera que se hacen respetar y garantizan la no intervención de estos grupos (PDPMM, 2010).

 

Por lo tanto, los Laboratorios de Paz revisten y encierran una dimensión que es política y social, pero también es simbólica y utópica. Como señala Alfredo Molano (2009: 56), refiriéndose al PDPMM, su virtud fue fundamentalmente “mantener la esperanza viva”, dimensión que no es cuantificable en términos de impacto, pero que encierra una gran importancia en el contexto del horror de un conflicto armado. Los Laboratorios de Paz han permitido a diversas comunidades en varias regiones mantener el sueño de una vida mejor, y de una región y un país en paz y tener un horizonte en el medio de la desesperación y de violencias que asumen distintas formas y expresiones; rescataron valores amenazados por las tinieblas de la violencia, como el valor de la vida, de la dignidad, de la tolerancia de la solidaridad, de la comunidad y recuperaron el valor del ser humano en su dimensión simbólica, económica y espiritual. En este sentido, son pequeños pasos en el camino de la paz. De hecho, en varios casos la voz de los campesinos ha sido por la primera vez escuchada en el marco de estos procesos sociales, al permitir que sectores sociales marginados, como las mujeres, los jóvenes y los campesinos tuvieran presencia en la escena política y social, y en los circuitos económicos, y mediante estos procesos se convirtieran por primera vez en actores de su proprio futuro y desarrollo. Como refiere Bayona (2007), “la gente volvió a creer en sus propias iniciativas y que estas podrían sacarlos adelante”. Se permitió a la gente recuperar la confianza, individual y colectivamente.

 

El proceso ha ayudado a que encuentren su propia voz y tengan fe en su capacidades, independientemente de su estatuto social o condición económica. De hecho, una de las frases que más se escucha a los pobladores de base de esta iniciativa es “sí, es posible”, mucho antes de la campaña en torno del yes we can de Barack Obama.

 

Uno de los grandes logros de este proceso, tal como de varias iniciativas de base del Laboratorio, es la afirmación de una luz y vía de salida para su situación de marginalización a varios niveles. Es un proceso de emancipación social que reviste una importancia enorme. Las comunidades se embarcan progresivamente en un proceso de salida de su condición de exclusión política y social y asunción de su estatuto, en cuanto ciudadanos portadores de derechos y deberes. El hecho de reunir a la gente, que ella se permita oírse y expresarse es un proceso de recuperación de esperanza y de expectativas, y, en cierta medida, de reconquista de la dignidad y humanidad perdidas por el contexto de la guerra, pero también por el escenario de abandono y violencia estructural. Los procesos de base de los Laboratorios de Paz en algunos casos han sido un puerto de abrigo para las poblaciones y comunidades excluidas.

 

Asimismo, el hecho que se hayan desarrollado redes, no solo sociales, sino económicas, “que la gente se reúna a hablar de su cacao, de sus pollos” (Páez, 2007), es un factor de construcción de paz. La guerra corta los vínculos sociales y los lazos afectivos y de solidaridad; como refiere el Padre Hermes (2007), del Espacio Humanitario de Ciénaga del Opón, cada uno se restringe a sus dolores y miedos, la tónica es “la ley de la jungla, cada uno defiéndase como pueda”. Estos procesos rescatan las ilusiones y sueños y valores como la fraternidad, la generosidad, el cariño; son una forma de oxigenación y de reconstrucción del tejido social. Así, preservan y mantienen vivo lo que Jenny Pearce (2007: 28) llama “el espacio de participación en medio de la violencia”. Son micro procesos de construcción de paz en los cuales la vía del diálogo y de la negociación es priorizada a la violencia, y la dignidad sobresale al miedo y a la humillación. Constituyen en gran medida lo que Mary Kaldor (1999 apud) Sabine Kurtenbach, 2005: 10), llama de “islas de civilidad”, es decir, comunidades locales en zonas de guerra, que plantean un desafío político a la violencia armada, al reconstruir la legitimidad, y una visión política positiva, cosmopolita y conectada al Estado de derecho. Estos procesos permitieron, en pequeñas escalas, el desarrollo de espacios de libertad y convivencia pacífica, en el medio de la confrontación armada, en algunas de las áreas más remotas hostigadas por la violencia. Configuran ejercicios y expresiones de civilidad en el medio del conflicto (Páez, 2007: 18), pero también una forma de transformar el conflicto desde la base y propiciar bolsas de cultura de paz. De hecho, como es reconocido por la socióloga Elise Boulding (2000 apud Ramsbotham et al, 2005: 217), las culturas de la paz pueden sobrevivir realmente en pequeños espacios y “bolsillos” aún en el más violento de los conflictos, como es el caso del conflicto colombiano. Es en esta medida que se explica que integrantes de base de estos procesos sociales se hayan referido a los Laboratorios como una “bendición de Dios” (Hernández, 2008), o “un salva vidas” (Castrillón, 2008).

 
En otros procesos puestos en marcha por los Laboratorios de Paz, la paz se traduce en una forma diferente de hacer política y vivir la democracia, con base en una relación distinta y más cercana entre el ciudadano y el poder político, que encierra en sí el ideal de democracia participativa. Con estos proyectos y procesos de base se ha buscado promover un nuevo modelo de democracia local y relación entre el poder y los ciudadanos (Vincenti, 2008), que pudiera sobrepasar la desconfianza de la gente hacia las instituciones y el Estado y construir un sentido de autoridad legítima en la región. Tienen en vista ampliar la participación directa de la población en la vida política, en la toma de decisiones y el diseño de las políticas públicas. En causa está la construcción de lo que Teresa Castrillón (2008), una lideresa de base de Puerto Berrío, plantea como un municipio “para todos y para todas, no para los que sean amigos del alcalde, o familiares de los concejales,”, es decir que haya una plena “democraticidad” y una inclusión política de las poblaciones. En gran medida, constituye una forma de construcción del Estado y de una institucionalidad democrática a nivel micro.

 

Para otras comunidades involucradas en los Laboratorios de Paz, la paz pasa por transformaciones y procesos a nivel cultural. Grande parte de las iniciativas desarrolladas por el Laboratorio de Paz, corresponden a procesos que se sitúan en un plano de la transformación cultural (individual y colectiva) a largo plazo. Se estimulan los cambios en la forma de pensar, de actuar y organizarse. Se incide en factores intangibles, que pasan por procesos complejos de transformación de las creencias, visiones, intereses y relaciones (Tocci, 2008: 19) y que asumen una profunda importancia para la construcción de la paz positiva y sostenible. Se está contribuyendo para que “la gente mire la vida desde otro punto de vista” (Ibarra, 2008). Como refiere Gustavo Montenegro (2008), coordinador de un proyecto radial en Nariño, “cuando un campesino que estaba simplemente dedicado a su jornal y a su vida cotidiana y de un momento a otro empieza a hacer radio y dice – “a mi Palabrar me cambió la vida!” – ahí se pasaron cosas”. Esta es un señal de profundo simbolismo del potencial que encierran proyectos como este. La construcción de las fundaciones de la paz empieza por el proceso intra-personal de transformación de cada uno.

 
Como es señalado por Lederach (2003: 17), el sistema de relaciones es el espacio del cual emergen los conflictos y de la misma forma es el núcleo y el motor de los procesos de transformación a largo plazo. En gran medida, los Laboratorios de Paz son un espacio de generación y transformación de las relaciones humanas, en sus distintas dimensiones, desde la interpersonal, a la económica, desde la política, a la cultural. Los Laboratorios generan fundamentalmente micro procesos de transformación, que son a la vez individuales y sociales. Los cambios parten del nivel micro intra-personal, y de la transformación de pequeños grupos y comunidades, como base para dinámicas políticas y sociales más amplias y para la proyección a nivel regional o nacional. Como sostiene Francisco Iván, miembro de una organización caficultora de Nariño, “esto es lo que hemos aportado, muchachos para la paz”.

 

Otro ejemplo descrito por Myriam Villegas (2008) respecto al municipio de San Pablo, en el Magdalena Medio, da un poderoso testimonio de esta dinámica de transformación cultural: “la gente de San Pablo es muy agresiva, porque es de una cultura de coca, una cultura muy dura, de sálvense quien pueda y no más; allí no había solidaridad. Entonces cuando llegamos a San Pablo y arrancamos a trabajar allá, una asamblea de la organización terminaba en machetazo, en desastre, la gente se mentaba la madre, y se peleaban unos con otros. Hoy en día siguen agresivos, pero conversan, y la organización piensa solidariamente, en que tenemos que apoyarnos todos, tenemos que ayudar a sacar el crédito entre todos, hagamos una sede para todos, un proyecto de vivienda para todos… piensa solidariamente. Tú hoy en día los ves tranquilos, organizados, pensando cómo va a ser el desarrollo de todos. Para mí eso es paz. Eso es paz…”

 

En realidad, los Laboratorios desarrollan un trabajo valiosísimo en el sentido de desarrollar y generar una nueva cultura en los territorios y veredas de las regiones Medio y cambiar los paradigmas de pensamiento de las comunidades. En varios casos, y como lo comprueba esta anécdota, estas experiencias configuran una “paz de las pequeñas cosas” (Pureza, 2009: 9), de los “pequeños nadas”, son micro expresiones de la transformación de diferentes modalidades y manifestaciones del conflicto.

 
La construcción de paz aquí es entendida como la exploración y desarrollo desde lo cotidiano de nuevas formas de relación e interrelación que superen la polarización del conflicto armado y construyan alternativas a la violencia, y generen inclusión en términos sociales, económicos, políticos y culturales. Pasa por el fomento y desarrollo de actitudes y procesos direccionados a la transformación positiva de conflictos, conducentes a relaciones sociales más inclusivas y generadores de más justicia en los diferentes escalones y niveles de la relación humana (ECP, 2005: 6).

 

Otro episodio ocurrido en Montes de María y relatado por el padre Rafael Castillo (2008) demuestra, con un simbolismo profundo, cómo los procesos de cambio interior, que se desarrollan a nivel sicológico, pueden ser significativos y producir frutos. En sus palabras,“una señora amiga mía que le mataron su esposo y su hijo iba con la nieta al cementerio y yo la saludé. Entonces yo me fui con ellas al cementerio y cuando llegamos allá, ella me dijo que fuéramos a la tumba de su marido. Yo fui a la tumba, y recé; después me llevo a la tumba del hijo, también recé, y la niñita iba poniendo flores; después ella se quedó con un vasito de flores y la señora me dijo: “Padre, vamos a rezar allí a otra tumba”, y yo le dije: “Bueno, listo.”, y la niñita puso las flores, trajo el agua, la echó y todo lo demás. Yo hice la oración y después les pregunté: “Y, bueno, ¿quien es el muerto este?” Y dice la señora: “él fue el que mató a mi esposo y a mi hijo… y yo traigo a mi nietecita para que, así con la misma fe con que le reza a su abuelo y a su papa, rece por el alma de esta persona, porque yo no puedo permitir que mi nieta crezca con odio, con rencor y con sentimientos de venganza” (Castillo, 2008).
Esta anécdota, de una carga simbólica fuertísima, evidencia la necesidad de cerrar la espiral y el ciclo de la violencia y las dinámicas de odio y venganza que alimentan el conflicto armado. Es un gesto individual de fuerte simbolismo en el sentido de la deslegitimación de la cultura de violencia reinante. Esta persona tuvo consciencia de que para que el odio no se perpetuara de generación en generación y para que su niña “creciera en paz” consigo misma, tendría que primero tener paz con los otros, incluso los verdugos de su padre y abuelo.

 
Esta es una dimensión fundamental de la construcción de una cultura de paz, que es necesariamente un proceso a la vez intra-personal y estructural y se inserta simultáneamente a un nivel micro y macro. De hecho, como comprueba el episodio mencionado, la dimensión afectiva y cultural son dos pilares de la sustentación y construcción de los individuos, y, en la medida que tanto la guerra como la paz “nacen en la mente de los hombres” (UNESCO: 1945), son parte integrante y esencial de la construcción de paz.

 

En otros casos, la paz emerge como la posibilidad de adelantar procesos de desarrollo. Frente a la exclusión socioeconómica, los Laboratorios de Paz buscaron responder con un amplio grupo de proyectos económicos con miras a generar un desarrollo humano incluyente y sostenible. En este cuadro se ha logrado construir o preservar espacios de economía lícita e integrar a comunidades y sectores sociales con riesgo potencial de caer en actividades relacionadas con el narcotráfico o la violencia armada; se confirió alternativas de ocupación económica y dio nuevas posibilidades de vida a varios sectores sociales como los jóvenes de las comunas de Barrancabermeja o los campesinos del sur del Bolívar, incidiendo de alguna forma sobre la violencia estructural y directa que se hace sentir sobre la población más excluida de la región. Mediante estos procesos se han robado hombres a la guerra, pero también espacio político y social. Se ha contribuido a una deslegitimación cultural y social de la guerra y del recurso a la violencia y mediante micro procesos de transformación se ha mostrado que es posible un camino para incidir sobre los problemas estructurales del país mediante medios pacíficos.

 
En esta medida, Los Laboratorios de Paz ponen en evidencia diversas limitaciones, fisuras y ausencias de los enfoques mainstream de gestión de conflictos. Fundamentalmente, mediante su ejemplo y experiencia política y social concreta en el terreno, los Laboratorios de Paz destacan un protagonista en el campo de la construcción de paz y de la resolución de conflictos tradicionalmente vedado o relegado a un segundo plano por los enfoques realistas de gestión de conflictos – la sociedad civil, contribuyendo de esta forma este caso empírico para el debate teórico sobre quiénes son los agentes de cambio y los actores de construcción de paz. De cierta forma, estas iniciativas a nivel local visibilizan lo que estaba oculto en el caso colombiano – procesos sociales de construcción de paz desde la base, y demuestran en qué medida la sociedad civil puede desempeñar un rol en la construcción de la paz, mediante la labor de base de comunidades y organizaciones sociales a nivel local y regional. Ponen en evidencia espacios y procesos sociales capaces de generar nuevas formas, estructuras y pautas de relación (Lederach, 2008: 99).

 

Los Laboratorios de Paz muestran cómo se gana espacio civil al conflicto, mediante procesos sociales, culturales, políticos y económicos que alejan a la gente de las opciones de violencia armada, integran sectores sociales excluidos en la economía licita, y generan relaciones sociales pacíficas y una cultura de paz, a través de la apropiación por parte de las comunidades de valores de solidaridad, tolerancia y humanismo, de espacios de participación cívica y democrática, y de mecanismos y procesos de diálogo y de resolución pacífica de conflictos (Hernández, 2002: 179). Estos procesos configuran “paces locales”, es decir, micro espacios y expresiones de paz, en los cuales los valores de la civilidad y la solidaridad se han sobrepuesto a las dinámicas de la violencia2. Como quedó patente en los relatos de los procesos de los Laboratorios de Paz en el Magdalena Medio y en el Macizo Colombiano, hay una “paz de las pequeñas cosas” (Pureza, 2009:9), y de los “pequeños nadas”; o lo que Richmond (2008: 109) llamó “everyday peace” (paz de lo cotidiano) y Moura (2005) de “novísimas paces”. Son contextos de construcción de paz usualmente considerados marginales y formas alternativas y post-vestfalianas de respuesta a los conflictos, desarrolladas generalmente en micro-espacios sociales, que encierran un potencial y carga emancipatorios, y corresponden no solo a los intereses, aspiraciones y cálculos de seguridad del Estado, sino de todo el tipo de actores (Richmond, 2008: 109).

 

En esta medida, estas experiencias y procesos sociales de construcción de paz desde la base ponen en causa el estato-centrismo, el elitismo y la verticalidad del enfoque de gestión de conflictos, que oculta la dimensión inter-personal y el nivel micro-social de la violencia, y desafían el paradigma realista y las nociones tradicionales de seguridad, demostrando que hay otras formas y vías para la paz y hay otros espacios, niveles y “frentes” políticos sociales en la superación de un conflicto. Ponen en evidencia que cada uno tiene un rol en la construcción de la paz en un país, que la paz se construye en el día a día por la gente, y que los individuos y comunidades, son, en última instancia, los receptáculos de las transformaciones necesarias para la paz positiva y sostenible.

 
Por lo demás, muestran que la paz, en determinados contextos, se construye contra el Estado, los actores políticos y protagonistas del conflicto armado, poniendo en entredicho sus lógicas, dinámicas, percepciones y lecturas del conflicto y subrayando otros elementos, valores, y vías para su transformación.

Asimismo, otro elemento que queda plasmado en la experiencia de los Laboratorios de Paz en diversas regiones de Colombia es la importancia de la micro-territorialidad en la construcción de la paz. Contrariamente al modelo convencional de gestión de conflictos, que oculta y desprecia la diversidad al interior de los conflictos armados, tanto en términos territoriales, como sociales, bajo el rollo compresor de las dinámicas de poder y el escalonamiento del conflicto a nivel de dirigencias políticas de alta instancia, los Laboratorios de Paz muestran la diversidad en la unidad. Ponen en evidencia la existencia de dinámicas regionalmente diferenciadas y de micro-conflictos al interior de un macro-conflicto, y que cada territorio tiene sus propias características y problemáticas en lo que toca a la construcción de la paz. Muestran la complejidad y diversidad en el terreno y que una solución política y militar para un conflicto no puede ser necesariamente aplicada de forma homogénea y linear a lo largo de un territorio y de una población.

 

Conclusión:

Uno de los aportes fundamentales de los Laboratorios de Paz para la discusión política y académica sobre la paz, tanto en el cuadro colombiano, como internacional, es haber enfatizado y puesto en la agenda otros niveles de la violencia y otras dimensiones y horizontes temporales da la construcción de paz que los enfoques realistas de gestión de conflictos tienden a desvalorizar o insisten en no reconocer. Si Gill Scott Heron cantó un día que “the revolution will not be televised”, el mismo se puede aplicar al fin del conflicto. La construcción de la paz es un proceso largo, sutil, y por veces invisible, que pasa por el cambio de cada uno, por la transformación de las relaciones sociales y por la mudanza de las estructuras políticas, económicas y culturales.

 

No se pretendió caracterizar, ni presentar la movilización social para la paz a nivel local como una panacea. La sociedad civil también encierra varias limitaciones en términos de construcción de paz y transformación de conflictos. Hay límites a la capacidad y alcance de las organizaciones e iniciativas de la sociedad civil para incidir sobre la dinámica de los conflictos (Barnes, 2005: 21) y las estructuras que los sostienen, razón por la cual necesitan su integración en esfuerzos de transformación de conflictos a escala más amplia, es decir, a nivel macro. Los gobiernos y los actores políticos de nivel superior son fundamentales en la resolución y transformación de conflictos. Como Jenny Pearce (2007: 29) observa “sin el apoyo activo de una autoridad política legítima, las organizaciones de la sociedad civil por sí mismas enfrentan grandes dificultades para lograr cambios contextuales más amplios”. En la realidad, la construcción de paz desde la base es muy importante para una paz positiva y sostenible, pero no constituye un substituto para el más alto nivel político de decisión y para negociaciones nacionales involucrando al Estado y a los grupos armados. La sociedad civil depende en gran medida del Estado y no puede reemplazarlo (Fischer, 2006: 21).

 

Por lo demás, las bolsas de paz que crean no son impermeables al entorno de conflicto y a la cultura de violencia que la circundan. La sociedad civil es a menudo un espejo y un reflejo de la sociedad y Estado en donde se insiere. Figura como un agente independiente de cambio, pero también como un producto de las estructuras existentes, razón por la cual es permeable a sus vicios (Marchetti y Tocci, 2011: 13). Los Laboratorios de Paz no son islas de Paz, el conflicto permea sus procesos. De hecho, como refiere Ramsbotham et al (2005: 229), la construcción de la paz desde la base está sujeta a los mismos constreñimientos y dilemas que la construcción de paz a nivel de elite, y no evita de ninguna forma la complejidad de la resolución de un conflicto.

Por lo tanto, los procesos puestos en marcha por los Laboratorios de Paz deben ser entendidos fundamentalmente como microespacios de experimentación-acción en términos políticos, sociales y económicos y como elementos y espacios de desarrollo y democracia (Econometría, 2007: 13). Su aporte fundamental es de naturaleza simbólica y social, en cuanto un instrumento para preservar la esperanza viva y visiones alternativas en el medio del conflicto y de la adversidad. Demuestran que hay otros niveles y caminos para la resolución de un conflicto más allá de las mediáticas firmas de acuerdos de paz, que cada uno tiene un rol en la construcción de la paz y que la misma paz adquiere significados, valoraciones y apropiaciones distintas en diferentes contextos sociales y territoriales. Ponen en evidencia que la paz no tiene tan solamente una dimensión política, militar y nacional, sino que tiene un componente social, cultural, simbólico y territorial. Hay una pluralidad de paces y de posibilidades de transformación de un conflicto; hay una paz a nivel macro y una paz de los “pequeños nadas”.

 

En esta medida, manifiestan tanto desde el punto de vista conceptual, como desde la practica social, que la construcción de paz no se restringe a la centralidad del Estado, a los actores alzados en armas y a los procesos de negociación a nivel nacional, sino que tiene una expresión social en el cuadro de procesos sociales puestos en marcha por comunidades, al ser apropiada por las poblaciones, desde las bases, a nivel local y comunitario (Hernández, 2002: 179), configurando paces locales con colores, expresiones, dimensiones, faces, ámbitos y escalas distintas.

 

Por encima de todo, se debe tener en cuenta que la sostenibilidad de la paz y de la transformación del conflicto implica la participación de amplios sectores de la sociedad. Pasa por todas las esferas de las relaciones sociales. Tiene una dimensión macro y micro, estructural e individual. Usando una metáfora de Lederach (2007: 37), para construir la “casa de la paz” (house of peace), se requiere un trabajo tanto en el techo como en los cimientos, tanto en la cima, como la base de la pirámide del conflicto; todos los niveles son igualmente importantes para que esta se sostenga y no caiga (Barreto Henriques, 2011: 174).

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Entrevistas:

Ausecha, René (2008), Director de la organización caficultora COSURCA. Popayán: 15 de febrero

Bayona, Manuel (2007) ex Subdirector Técnico de la CDPMM. Entrevista por teléfono Bogotá- Bucaramanga, 25 de agosto

Bertolini, Nicola (2007) ex Consejero de Cooperación de la Delegación de la Comisión Europea en Colombia. Entrevista por teléfono Bogotá – Bruselas, 27 de septiembre

Castilla, Juan de Dios (2007) funcionario de la Diócesis de Barrancabermeja. Barrancabermeja: 13 de diciembre

Castillo, Rafael (2008) Sacerdote, Director Ejecutivo del Equipo Técnico Regional del Laboratorio de Paz de Montes de María. Bogotá: 26 de agosto

Castrillón, Teresa (2008) una de las lideres del Movimiento de Víctimas Ave Fénix, de Puerto Berrio, en el Magdalena Medio. Puerto Berrio: 28 de agosto

De Roux, Francisco (2008) Padre Jesuita, ex director de la CDPMM. Cartagena: 23 de enero

Hermes, Aparicio (2007) sacerdote de una parroquia de Barrancabermeja, gestor del Espacio Humanitario de Ciénaga del Opón. Barrancabermeja: 12 de diciembre

Hernández, Guillermina (2008) una de las lideresas sociales históricas de Barrancabermeja, directora de la ONG “Merquemos Juntos”. Barrancabermeja: 3 de septiembre

Katz, Mauricio (2008) ex subdirector de la CDPMM. Bogotá: 27 de febrero

Montenegro, Gustavo (2008) integrante del Fondo Mixto de Cultura de Nariño y del Proyecto “Palabrar” del Laboratorio de Paz del Macizo. Pasto: 10 de octubre

Silva, Pascual (2007) funcionario de la CDPMM. Barrancabermeja: 11 de diciembre

Vargas, Marco Fidel (2007) sociólogo, investigador del CINEP, Bogotá: 23 de abril

Villegas, Miriam (2008) gestora del PDPMM, Bogotá: 8 de septiembre

Vincenti, Francesco (2008) coordinador de la línea 1 de la Asistencia Técnica Internacional al Segundo Laboratorio de Paz, Bogotá: 26 de febrero

 

 

 

 

 

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