Las manifestaciones más recientes de violencia en Venezuela no sorprenden. Lo que sí sorprende son los escenarios a futuro, pues todos suponen riesgos para la población y violencia.

A diferencia de las situaciones conflictivas del pasado, las manifestaciones recientes se diferencian en tres aspectos.

El primero, es la naturaleza de estos enfrentamientos. Las actuales protestas se alejan de temas electorales o coyunturales y se enmarcan en un descontento generalizado. Esto plantea salidas negociadas cada vez más difíciles. Anteriormente se observaban reclamos concretos que el gobierno solucionaba mediante programas específicos. Frente a los sucesos recientes, la salida se aísla cada vez más de un punto en concreto y se vuelve cada vez más de fondo.

El segundo, es la falta de un liderazgo unificado. Al desvincularse de temas electorales o coyunturales, diferentes sectores de la población han salido a la calle sin necesariamente seguir instrucciones por parte de un líder, sino como una muestra espontánea de descontento.

Finalmente, es evidente que la revolución bolivariana ha creado sus propios mecanismos de defensa y puede que sea el momento “perfecto” para usarlos. Los colectivos armados, con el argumento de defensa a la revolución, son grupos apoyados por el gobierno con capacidad de ejercer violencia que, paralelo a la Fuerza Pública, pueden ser usados en momentos como este, en el que existen amenazas para la estabilidad del proyecto revolucionario.

En cuanto a los escenarios, quizás el más negativo y a la vez el más probable, es el de una mayor represión por parte del gobierno, que para estabilizar la situación, actúa sin poner reparos a los reclamos de la población. En tal sentido, el aparato de defensa que ha creado el gobierno, ha bloqueado las vías institucionales y ha fortalecido un mecanismo paralelo de represión a través del uso de la fuerza, lo que disminuye la capacidad de acción de la oposición.

El otro escenario, sin ser el más alentador, es el de la continuación de las protestas. Esto implica grandes riesgos ante la posibilidad de enfrentamientos y de respuestas represivas por parte del gobierno. Sin embargo, estas protestas estarían encaminadas a presionar el cambio, ante los intereses del gobierno de mantener el statu quo.

Ninguno de los escenarios aquí planteados resulta ideal. La encrucijada entre un escenario de protestas frente a otro donde la protesta es reprimida y eliminada no están exentos de riesgos de violencia.

Parece imposible creer que estos sean los únicos escenarios prospectivos frente a la crisis que afronta Venezuela. Es por esto que cabría pensar en un tercer escenario que permita generar cambios, y frenar la polarización social. Este escenario podría ser posible a partir de la apertura de espacios de diálogo y concertación entre el gobierno y la oposición en los que se lleguen a unos mínimos estándares que permitan implementar cambios graduales en materia económica y social para frenar el creciente descontento de la población.

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