En las últimas semanas se han conocido varios casos de agresión escolar que han alertado no solo a la comunidad educativa sino también al resto del país. Si bien es difícil determinar, con base en evidencia, el alcance de este fenómeno,  sin duda este no es un problema nuevo. Con seguridad muchos recordamos haber sido testigos o protagonistas en nuestro paso por la primaria y el bachillerato de diferentes tipos de agresión, tanto verbales como físicas.

Sin embargo, a diferencia de épocas pasadas, los recientes eventos de agresión en las escuelas parecen mostrar que este fenómeno se está agravando en algunos lugares del país, en particular en Cali. Las agresiones entre los niños ya no se agotan en insultos, burlas, puños o patadas; ahora hacen uso de útiles escolares (compaces, lápices, tijeras, etc.), y en el peor de los casos de armas para herir o incluso matar (Ver Cuadro 1).

Cuadro 1

La agresión escolar -que en su peor manifestación puede escalar a un fenómeno de violencia escolar- es un síntoma más del impacto de la violencia armada y otras violencias en la sociedad. Específicamente, en algunas comunas de la ciudad de Cali, unido a una alta proliferación de armas y drogas, coexisten diferentes tipos de violencia como la doméstica, la  criminal y la asociada al conflicto armado, las cuales se expresan simultáneamente ante los ojos de los niños.

Ya son varias las investigaciones acerca de cómo los entornos conflictivos y violentos en el hogar, en el barrio y en la escuela, inciden negativamente en el desarrollo de los niños (para más información ver Chaux, 2012). De hecho, cada vez es más recurrente la participación de menores de edad en delitos y crímenes como el hurto, tráfico de drogas, sicariato, entre otros. Si no se hace ninguna intervención, no sólo corremos el riesgo de que  se presenten casos más violentos (y por tanto más letales) de agresión escolar que terminen con la vida de más niños, sino también que los ciclos de la violencia se terminen perpetuando en manos de las próximas generaciones.

Teniendo en cuenta lo anterior, urgen medidas para frenar prevenir y reducir la agresión escolar, tarea que recae principalmente en la comunidad educativa. Y sobre este tema en Colombia, afortunadamente, no estamos en ceros. No solo está el trabajo académico de Enrique Chaux y su equipo, y el exitoso programa «Aulas en Paz» creado por Chaux y que ha mostrado resultados significativos en la reducción de la agresión y la promoción de la convivencia pacífica en algunos colegios de Cali, sino también iniciativas, tan sencillas pero valiosas, como la del colegio José María Carbonell de Cali, donde los mismos estudiantes conforman brigadas para mediar y solucionar conflictos entre los niños. Si desde las instituciones estatales, se tienen en cuenta este tipo de experiencias y sus aprendizajes, es posible diseñar e implementar una política pública basada en evidencia que permita reducir y prevenir la violencia en los colegios y sus efectos a largo plazo.

 

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