El secuestro de dos policías en el Valle del Cauca, atribuidos a las FARC, revela más una desarticulación de la estructura guerrillera, que la falta de voluntad política de un porcentaje significativo del Secretariado para materializar con éxito las negociaciones de paz.

En ese sentido, las mesas de negociación de La Habana han mostrado cómo en los últimos años, las FARC han pasado de un ejército revolucionario –con líneas de mando definidas y controles jerárquicos para la administración de recursos, la definición estratégica y el desarrollo de la táctica militar- hacia una confederación de frentes guerrilleros que según su capacidad de captura de rentas, su cansancio frente al régimen disciplinario y su nivel de especialización en tareas de guerra (como manejo de explosivos, sofisticación de minas anti persona y francotiradores), acatan o desacatan las órdenes enviadas por el Secretariado.

El proceso de desarticulación de las FARC inició con los éxitos de la Política de Seguridad Democrática y el Plan Colombia. La persecución a los principales cabecillas de este grupo guerrillero, la inteligencia de obstrucción y la instalación de batallones en zonas donde la Fuerza Pública había estado ausente rompiendo los corredores logísticos de la guerrilla, produjo un distanciamiento y una desconexión entre los comandantes de frente y los comandantes de Bloque y el Secretariado. Los primeros, ante los ataques aéreos y el despliegue terrestre de tropas contra-guerrilla, no supieron dar respuesta a los nuevos retos, pues en el plano teórico se suponía que debían comenzar con la etapa de guerra de movimientos y guerra de posiciones (la re-orientación llegó tarde, cuando Alfonso Cano ideó el nuevo “Plan Renacer”).

Los segundos, tuvieron que reorganizar su sistema defensivo para evitar ser “presa fácil” del gobierno, acelerando la política de rotación de combatientes y comandantes, y sustrayendo a un porcentaje importante de guerrilleros que han demostrado un “compromiso con el proyecto revolucionario” para reorientar sus actividades en labores de defensa (generar más de dos cordones de seguridad) y no de ataque.

La segunda etapa de la PSD y el Plan Colombia -La política de consolidación y seguridad democrática-, tuvo como objetivo central, desarticular la zona de retaguardia nacional de las FARC en la serranía de La Macarena. La presión militar en esta región del país, el debilitamiento del Bloque Oriental como producto del asesinato al ‘Mono Jojoy’, las políticas de fumigación aérea y de sustitución de cultivos de coca (logrando una reducción significativa en el área sembrada), hicieron que las dinámicas del conflicto se desplazaran hacia el Pacífico colombiano, donde varios informes demuestran que es la nueva zona donde más se acumulan hectáreas cultivadas de coca, más productiva es su siembra (hasta 6 cosechas al año) y donde los grupos del crimen organizado han encontrado diferentes plataformas de exportación, ya sea en la frontera con Ecuador (caso de Nariño) o en el Puerto de Buenaventura.

“El efecto balón” ó “el derrame del conflicto hacia la región pacífica”, ha redefinido indirectamente la balanza de poder al interior de las FARC. El protagonismo que tuvo el Bloque Oriental en la década de los noventa e inicio del siglo XXI, fue sustituido por el protagonismo del Bloque Occidental, quien cuenta con una actividad lucrativa mayor, dado el reacomodamiento espacial de los cultivos de coca en el andén pacífico y nariñense, las nuevas rutas de exportación por puertos marítimos legales o por medio de lanchas go fast, la cercanía con los carteles mexicanos de la droga, el control casi oligopólico sobre la producción de marihuana “creeppy” y “corinto”, y la extracción de oro de aluvial.

Según algunos archivos de prensa e información recopilada de las USB incautadas a comandantes guerrilleros, se puede observar cómo el régimen disciplinario estaba generando desgaste psicológico en los combatientes, que ante la frecuencia de llamados a “consejos de guerra revolucionarios” y la severidad en la aplicación de penas por delitos mínimos -como robarse cigarrillos, tomar ropa interior de los compañeros o el consumo de alcohol y marihuana- estaban resistiendo inconformemente a los excesos de una vida reglamentada en todos los aspectos (relaciones de pareja, participación en fiestas, llamadas y visitas a familiares, etc.)

Los frentes guerrilleros con mayor capacidad de recaudo financiero –ya sea por su vinculación con la cadena productiva del narcotráfico o por la depredación organizada de recursos minerales como el oro de aluvial- y con mayor conocimiento especializado en explosivos, minas anti persona y francotiradores, están poniendo límites al reglamento disciplinario. Estos frentes ven con malos ojos, que siendo los más ricos y con mayor poderío militar, tengan que limitar su vida personal y afectiva, y estén expuestos en mayor medida al fusilamiento, por deshonrar un código ético que les impide sopesar con lujos y ocio, las difíciles condiciones de una guerra asimétrica.

Que sea en las regiones donde opera el Bloque Occidental –el pacífico colombiano-, el Bloque José María Córdoba –Antioquia y Chocó- las de mayor actividad armada durante la tregua (sus frentes drenan mayores recursos de la droga y de la explotación minera, y cuentan con personal especializado en manejo de explosivos, minas y francotiradores), pone de manifiesto, los dilemas del Secretariado de las FARC para saber si continúan en la mesa de negociación, esperan que los frentes más apáticos se independicen o migren hacia las filas del ELN ó sí deciden cooperar con el gobierno para suministrar información que conduzca a su neutralización, y con ende, lograr cohesionar a las otras estructuras armadas bajo el propósito de lograr una reforma agraria, un máximo posible de impunidad y una inclusión en el sistema político.

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