Publicado el 6 de agosto de 2012 en el periodico  El País.com.co

En medio de una percepción ciudadana que revela mayoritariamente que se siente insegura, una concentración del conflicto armado que se confunde con un aumento de su intensidad y críticas desde todos los vértices ideológicos, pareciera difícil encontrar aspectos positivos en materia de seguridad en Colombia.

Pero los hay. Lo más importante es la estrategia de seguridad ciudadana que implementó calladamente la Policía Nacional al cambio de Gobierno, la cual está funcionando: la lucha contra el homicidio profesional, el plan cuadrantes para acercar la Policía a la gente y obtener inteligencia criminal, y el control de armas ha producido una caída sustancial del homicidio, no vista desde mediados del 2005, y una reducción igual en otros crímenes.

En Colombia nunca se había visto una lucha tan acendrada contra el paramilitarismo: así se le llamen bandas criminales o narcotraficantes, lo que se ha logrado contra este fenómeno –sin acabarlo, claro- es notorio; representa un esfuerzo estatal con una voluntad que no existía antes, tal vez creado por la misma parapolítica.

En materia del conflicto, los fuertes golpes contra el liderazgo máximo de las Farc no las vencieron, pero sí las desarticularon. Hoy esa guerrilla va en camino de diferenciarse tanto en su fragmentación regional, que será cada vez más difícil tratarla con una negociación.

De hecho, la concentración regional de la actividad guerrillera se explica en gran parte por la disputa interna de sus líderes. Un último elemento para rescatar: por primera vez Colombia tendrá una estrategia en materia de seguridad nacional, apoyada por un aparato estatal de inteligencia en formación: la nueva Dirección Nacional de Inteligencia y la aprobación del Estatuto de Inteligencia, que, si se implementan correctamente, serán cruciales para cerrar el conflicto y el crimen organizado.

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